El ego
El mes de agosto es tradicionalmente un tiempo dedicado al descanso. Por eso, es un momento magnífico para coger aire nuevo y recuperarse de cara al curso venidero. Pero el mundo continúa, y siguen apareciendo noticias que provocan en mí profundas reflexiones sobre el obrar humano.
Aunque pueda ser un poco denso para este período estival me gustaría hablar de uno de los grandes males que nos afectan en estos tiempos: el ego, o el arte de que todo quede centralizado en uno mismo.
De manera personal, ponerse a uno mismo en el centro de toda actividad nos limita a la hora de poder abrirnos a los demás, a la hora de poder buscar soluciones, a la hora de poder mantener una relación con el otro de igual a igual. Este sentido de superioridad, provocará una relación viciada y de ningún modo cooperativa.
Esto resulta, si cabe, más grave si lo que estamos hablando es de personas con cierta responsabilidad colectiva. Ya sean políticos, directores, coordinadores u obispos. Personas que tienen a su cargo guiar a un grupo, hacerlos sentir útiles e integrados, velar por el bien común, y que sin embargo, anteponen a todo eso sus deseos y estrategias personales.
En estos casos, no se ha producido un encuentro verdadero con Dios. Él nos cambia y nos transforma. Y su respuesta es tan simple que no nos cabe en la cabeza: El amor fraternal. Sentirnos hermanos unos de los otros, nos ayuda a ser responsables con la promoción del otro. Y ahí da igual la posición que tengamos, porque ante el Padre ninguno somos más que nadie, todos somos hermanos.
No cabe temor en el amor; antes bien, el amor pleno expulsa el temor, porque el temor entraña castigo; quien teme no ha alcanzado la plenitud en el amor.
Nosotros amamos, porque él nos amó primero. Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y nosotros hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.
1 Jn 4, 18-21
Quisiera hacer mención especial a dos herramientas que cada curso tenemos a nuestra disposición en la parroquia y que favorecen este propósito. Por un lado, podemos acudir a la adoración, como un encuentro íntimo, directo y sencillo con Dios, en la que Él nos transmite todo su amor y nos aporta sosiego. Y por otro lado, formando parte de las líneas de actuación cada curso, los momentos para formar parroquia y tomar conciencia de Iglesia. Es importante crear encuentros en los que los jóvenes de diferentes etapas, puedan llegar a coincidir con adultos que también prestan sus servicios a la comunidad. A través de las asambleas, excursiones parroquiales o mercadillos, tenemos la oportunidad de poder conocer en qué consiste la vida parroquial más allá de nuestro ámbito de acción.
Para inspirar ese amor fraternal, directo y sencillo quisiera acompañar este texto con una de las últimas canciones del grupo irlandés U2. Escrita para formar parte de la película Mandela. Del mito al hombre, Ordinary Love, habla precisamente de todo eso que he comentado, puesto que podemos alcanzar las cotas de éxito más altas, pero si no soy capaz de amar y tratar con respeto a mi igual, no soy nada.
Seguimos hablando, Horacio Llamas.
Orar y compartir para sentirse parte de un todo.Hermosa receta! Gracias
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ESTUPENDO ARTÍCULO!!!!,,GRACIAS
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Gracias Horacio por ayudarnos a pensar y reflexionar. ¡Adelante!
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