La crónica de una mirada indiscreta
Una confirmación es siempre una invitación muy especial para vivir un momento irrepetible de encuentro con Jesús, no lo digo porque sea yo en el que se confirma, si no por compartir en comunidad la alegría que se desborda del corazón de los confirmando, en este caso, el grupo de jóvenes 5 y 14 adultos vinculados de una forma u otra a la realidad de la parroquia. Y es que no puede ser de otra forma, sencillamente es así: El corazón se desborda de alegría al recibir el don de la Fe, el don del Espíritu Santo.
Pues ahí que iba preparado, con el corazón abierto y con ganas de meterme de lleno en la liturgia para rezar por los que iban a dar este paso tan importante en sus vidas. Pero como suele pasar en una maravillosa y unida comunidad cristiana –como en las mejores familias que pringa hasta el más mequetrefe–, me pidieron que hiciera las fotos de la ceremonia. Vaya marrón, pensé. Además, es de las pocas cosas que no me gustan ni un pelo, porque eso implica estar de pie mientras todo el mundo está sentado y rondar el altar buscando el mejor ángulo. En fin, soy un ‘mandao’, así que ‘pa lante’ como diría el Padre Paco. Pero lo que aún no sabía, y tendría que esperar a disparar la primera foto, es que seguía siendo la misma oportunidad de encuentro con Dios, pero esta vez, con una mirada diferente. De hecho, una mirada privilegiada: La de cada uno de los rostros de los confirmandos, en los que pude ver de cerca ese corazón desbordado, esa ilusión que apuntaba a lo más profundo de su historia personal. Por eso, esta breve crónica de la confirmación es una crónica que atraviesa sus propias imágenes, que por cierto podéis ver aquí, y que para mí fue un auténtico regalo.
Las guitarras empezaban a sonar y a dar color al ambiente de la tarde del pasado sábado 7 de junio de 2014. El coro como siempre, con mucha ilusión y más generosidad para que podamos gustar con más sentidos de la ceremonia. Preside el vicario D. Antonio Collado Rodriguez, con una iglesia abarrotada que no impide sentirse en intimidad y sencillez con la comunidad. Me sobrecoge el silencio de una parroquia llena por completo. Los confirmandos parecen serios, se enfrentan con muchísimo respeto y devoción al misterio de Dios. No dudo que lo viven en calma y serenidad. Ellos podrán contar de primera mano qué sintieron, aunque nosotros pudimos participar de ese momento de tanta intensidad, un momento cara a cara con Dios.
Experimento una curiosa sensación de familiaridad. La celebración se desarrolla en la más sutil intimidad. Los confirmandos participan de la liturgia y a la vez siento que todo el mundo participa con ellos. Con las velas de su Fe encendidas se arrodillan –los que buenamente pudieron– ante el vicario para abrirles su corazón a ese Dios que les invita a caminar junto a Él. Y en ese momento, estos cristianos generosos se entregan y dicen ‘sí’.
Luego cada uno de ellos se acercaron al altar para recibir el don del Espíritu Santo. Esta imagen tiene mucha fuerza. El vicario le impone la mano y le marca con la señal de la cruz. Para cada confirmando, sin duda, será su imagen. Un recuerdo inolvidable que vibrará siempre –y con fuerza– en su camino de fe. Sólo Dios sabe en lo que cada uno estaría pensando, o lo que cada uno se atrevió a dejarse atrapar. Aunque hubo una imagen que me cautivó aún más si cabe. Seguramente, inadvertida para la asamblea. Es el momento previo de acercarse al altar, cuando el confirmando recibe al que será su padrino. Un momento breve, pero cargado de amor, ternura y complicidad. ¡Cómo con una mirada se dice tanto! Y esto que el imaginario colectivo solo lo había visto entre parejitas enamoradas, ahora cobra una dimensión de enorme fe y amistad. Es impresionante lo que brota de una relación humana edificada en Cristo. Y puede que esta sea mi imagen favorita. Sí, rotundamente sí. Comparto con todos vosotros la imagen que guardaré en mi memoria y me acompañará en mi camino de fe. La de cada uno de los que recibieron el sacramento acompañados por sus respectivos padrinos y madrinas. Amigos, familiares o compañeros de camino que ese día abrazaron a un cristiano generoso que se atrevió a decir ‘sí’, para custodiar con celo y amor lo más preciado que tiene: su fe.
Felicidades de todo corazón a Andrea, Antonio, Susana, Grace, Ibán, Ana Sonia, Brenda, Raquel, Francisca, Josefa, María Rosa, María del Pilar, Armando, Jorge, Paquito, Lucía, Fernando, Juande, María, Cristina, Judith y Javier por el regalo que Dios les ha dado, la Fe y por los hombres y mujeres –también de Dios– que la van a cuidar, sus padrinos y madrinas.
Daniel Romero de los Ríos, comunidad Allmighty Jah.
¡Adelante!
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Dani: Gracias por este regalo que nos haces con esa «mirada indiscreta». ¡Adelante! Paco Piñero y Piñero, ss.cc.
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